Es fácil ver la paja en el ojo ajeno, eso es totalmente cierto y se acentúa aún más cuando miras a tu hijo adolescente. Claro que la experiencia te ayuda a ver qué hace mal o dónde se puede estrellar antes que él/ella, pero el hecho de que no seas tú y que sí sea alguien que está bajo tu responsabilidad lo hace mucho más sencillo y puede ser contraproducente.
Tu ego no está en el punto de mira
Al ver todos esos fallos, esas cosas que tu hij@ no debería hacer o todo lo que sí debería hacer y no hace, lo estás haciendo “desde fuera” y eso te facilita la labor. En realidad eso sucede en cualquier relación social con cualquier persona. ¿A que te resulta extremadamente fácil ver lo que debería hacer tu amig@ que está en plena crisis de pareja? ¿A qué no es tan sencillo cuando estás tú en la crisis?
Cuando miramos a otro, nuestro hij@ adolescente por ejemplo (aunque también funciona con nuestra pareja, amigos, padres, etc.), nuestro ego no está en el ojo del huracán, no recibe crítica alguna. Eso ya hace más fácil ver los fallos de otro.
El ego es una parte de nuestra persona, de nuestra mente, que refleja el sentimiento del YO, de ti como persona. Podríamos expresarlo así: el ego es quién eres o, mejor aún, quién crees que eres o, más preciso todavía, quién estimas que deberías ser, quién quieres ser y una visión idealizada y cuasi perfecta de ti que no comete errores, siempre tiene razón y sabe más que nadie sobre todas las cosas.
Lógicamente todos sabemos que cometemos errores, pero nuestro ego no reconocerá nunca como errores muchos de ellos y tratará de justificar de cualquier forma los que sean demasiado evidentes como para negarlos.
Cuando ves los fallos de tu hij@ simplemente tu ego no sale dañado y por eso los identificas con facilidad. Sin embargo, tú puedes estar cometiendo muchos de esos fallos en distintas áreas de tu vida sin cambiar nada o sin ni siquiera reconocerlos.
¡Qué fácil es ver las soluciones para los demás y qué difícil es verlas para uno mism@!
Tu EGO sí esta implicado
El mero hecho de ver los problemas o errores «desde fuera» te ayuda a ser objetiv@. Por eso, las grandes empresas contratan consultores externos. Como estos consultores no trabajan en la compañía, tienen menor o nula implicación emocional y eso les permite mirar los datos de forma mucho más objetiva.
Aquí hay una primera trampa, tu ego está totalmente implicado emocionalmente con tu hij@. Lo que hace tu hij@ o deja de hacer establece de alguna forma en tu mente lo buena o mala que eres como madre o padre. Tu ego sí sale dañado, pero le resulta extremadamente fácil poner la culpa o la responsabilidad en tu hij@ y no en ti.
Es como si una parte de tu subconsciente dijese: «Esta niñ@ está haciendo que yo quede mal con lo buen@ que yo soy».
Eso te lleva a pretender que lo haga todo bien. Su bien es tu bien más sencillo y a la vez más complicado de conseguir. El más sencillo porque lo hace otro, el más complicado porque lo hace otro. No te requeriría ningún esfuerzo, pero tampoco tienes ningún poder para lograrlo.
Tu EGO se siente superior
Hay otro condicionante si cabe más poderoso: cuando criticas a alguien, estás dejando claro en tu mente que sabes más que esa persona. Eso está más marcado con tu hij@ adolescente que aún identificas con el niñ@ o incluso con el bebé que fue.
Efectivamente, sabes mucho más que un bebé o un niñ@, pero también ellos saben ser más auténticos que los adultos, saben jugar mejor, saben disfrutar más (nada como la risa de un niñ@), saben sentir sus emociones de forma más sincera, etc. Con los adolescentes ocurre lo mismo. Profundizaré sobre esto en otro momento.
De alguna forma, colocas a tu hij@ en un peldaño (o tres) por debajo de nosotros. Le consideras inferior. Por tanto, tu ego se alimenta y se crece porque es superior. O eso te está contando. Así, inconscientemente, te esfuerzas más en encontrar la paja en el ojo ajeno, especialmente el de tu hij@.
No solo te esfuerzas más en encontrarla, también te crees más list@ y eso lleva a muchos errores.
Reprogramando esa parte de tu EGO
Si tu hij@ es mejor, tu ego como madre o padre se sentirá mejor. Sin embargo, lo que suele hacer tu ego (y tú en consecuencia) es contraproducente.
Está constantemente buscando errores en tu hij@ con la intención de hacerle mejor. Así, se supone que tú también serás mejor.
La realidad es que cuanto más sacas a la luz los fallos de tu hij@, peor se siente, menos confianza en sí mism@ tendrá y más difícil verá la tarea de estar a la altura. De esta forma, es más probable que tire la toalla porque piense que no puede, que se rebele y deje de intentarlo porque se canse de que se airee lo que hace mal con tanta frecuencia o que sí lo intente pero no tenga la confianza para lograr avances reales.
En consecuencia, no lograrás que haga todo lo que pretendes lo bien que pretendes y sentirás el frío de la frustración y el fuego de la impotencia.
Existe una forma más eficaz y que ayudará más a tu hij@ de alimentar esa parte de tu ego. ¡Sorpresa! Tu hij@ ya hace un millón de cosas bien.
Sácalas a la luz más a menudo, canaliza esos buenos impulsos que tiene para potenciar sus áreas de mejora y remediar sus errores. Cuando tu hij@ vea todas las cosas buenas que destacas sobre él/ella subirá su autoestima, tendrá más confianza para esforzarse y lograr progresos y estará más dispuest@ a escucharte cuando pongas sobre la mesa un error suyo.
Todo está en hacia qué lado se desnivela la balanza.
Pon a tu EGO a trabajar
Uno de los planteamientos que más veo en madres y padres con los que trabajo es que ponen el peso del cambio que buscan en sus hij@s. Si éstos hicieran lo que deben todo iría bien. Así, sufren y están llenos de frustración, ansiedad y rabia que encima se proyecta hacia sus hij@s empeorando las cosas en demasiadas ocasiones.
Basta. Eso es una actitud perezosa y no muy inteligente. Lo siento, pero es así.
Es perezosa porque parte de la base que es el hij@ quien debe hacer el cambio y el trabajo que corresponda.
No es muy inteligente porque al final esos padres y madres gastan una energía tremenda en estar encima de los hij@s presionándoles, dándole mil vueltas a esos problemas (que la mayoría de veces no es para tanto) y luchando entre lo que les gustaría que pasase y lo que sucede realmente.
Es hora de cambiar tú algunas cosas y dejar de intentar que sea tu hij@ el único que tiene que cambiar. Te propongo una serie de preguntas para iniciar ese proceso y coger las riendas poniendo tu ego a trabajar (y a ti):
- ¿Qué problema/s quiero resolver? Escríbelo de forma clara y concisa.
- ¿Qué he hecho hasta ahora que ha funcionado y logrado buenos resultados? Apúntalo y continua con ello. Incluso puedes ver cómo optimizarlo.
- ¿Qué he hecho hasta ahora que no ha logrado progreso alguno? Para ya de hacerlo.
- ¿Qué puedo hacer DISTINTO para intentar avanzar? Échale imaginación y prueba suerte, siempre hay tiempo para modificar el rumbo de nuevo.
- ¿De qué me estoy preocupando que no es para tanto? Sé consciente cuando vuelves a darle vueltas y di en tu cabeza BASTA.
- ¿De qué me estoy preocupando que con el tiempo, si lo dejo estar, es fácil que se solucione por sí solo? Sé consciente cuando vuelves a darle vueltas y di en tu cabeza BASTA.