Cuando hay hermanos en casa es fácil que surjan conflictos, peleas entre ellos o que se piquen y alguno acabe llorando. Entonces es cuando parece que te toca, como madre o padre, hacer de pacificador, de investigador, de juez y de verdugo todo a la vez para aclarar lo que ha pasado, buscar culpables y poner consecuencias.
Al menos esto suele ser lo más habitual, pero ¿hay otra manera de gestionarlo? Vamos a averiguarlo y a analizar qué otros elementos hay en juego.
El «mayor» sigue siendo un niño
Cuando va a nacer el segundo bebé en muchas familias se le empieza a decir al que se va a convertir en el hermano mayor que ahora tiene que ser más responsable y que tiene que ayudar o cosas similares.
Parece que, como el otro será más pequeño, el primero tiene que ser responsable ya y entender que su papel ahora ha cambiado. Ya sabes lo que significa un bebé en casa y la atención que necesita y tú también vas a «necesitar» ayuda.
¿Y la ayuda te la tiene que dar tu hij@ de 3-4 años? Ejem, algo falla aquí.
Pero es fácil dejarte llevar por la situación y pedirle al mayor que se comporte como si no fuese un niño. Que entienda como si su cerebro fuese capaz de entender esas cosas. Evidentemente, sí que es un niño aún y su cerebro no está preparado para comprender ese nuevo rol que se le exige.
Recuerda que tú decidiste tener un segundo hij@ y tu hij@ mayor no sabe ni lo que eso supone ni ha decidido nada. No tiene que ayudarte, no es su responsabilidad. Su responsabilidad es jugar y cumplir con las normas básicas de convivencia pero no es entender que ayer tenía atención y ahora no y tampoco es hacerse cargo de esta nueva situación.
Así se pueden potenciar los celos que tanto miedo dan y provocar más y mayores llamadas de atención. Tendrías que agradecer esta reacción porque el mayor te está diciendo que te necesita. Aunque hay otra posibilidad: que lo lleve «bien». ¡Qué maduro es para su edad! Ya, o puede que esté reprimiéndose y lo que sucede no es que haya dejado de necesitar tu atención de repente sino que no la recibe y no se atreve a pedirla.
Esto genera unas bases que pueden dejar huella también de cara a la adolescencia.
Sigue siendo un adolescente
Las peleas y los conflictos se dan desde la infancia, pero suele ser más sencillo controlarlas en ese tiempo. ¿Qué pasa cuando llega la adolescencia? Son más grandes y hacen menos caso. Ya no es tan fácil.
Además, en tantas casas se lleva pensando desde hace años que el mayor debe ser el más responsable. Al fin y al cabo, el otro es «pequeño».
Como el mayor tenga un temperamento fuerte puede estar perdido. Una vez ha entrado en la adolescencia vive con mayor intensidad las emociones y, como su centro de regulación emocional aún no está totalmente desarrollado, es menos capaz de controlarse.
Muchas veces el pequeño, que es pequeño pero no tonto, le coge la medida. Pica, pero no agrede. Pincha, pero no insulta. Molesta, pero no grita. Sabe que el mayor va a saltar. Cuando el mayor salta perdiendo las formas se ha convertido en el culpable a tus ojos.
Sin embargo, quien ha provocado la situación es el pequeño. Ahí viene la explicación de muchas madres y padres: es mayor y debería controlarse. Acabamos de ver que no es capaz de controlarse aún. Por tanto, se coloca en una situación de perder-perder. No solo le chinchan sino que encima se convierte en el malo una vez sí y otra también.
Esta situación puede llevarle a una mayor frustración, a sentirse incomprendido. Esto puede hacer que vea la situación más injusta y cada vez le sea más difícil controlarse porque ya no se trata solamente de mi hermano molestando sino de la impotencia de no poder hacer nada porque si lo hace malo y si no lo hace malo también.
Todas estas cosas dejan huella en el futuro adulto. Verse atrapado, ver que la autoridad (sus padres) están en su contra por defecto. Sentirse en el papel de víctima y a la vez ser castigado por ello. No es la mejor base para forjar su identidad.
Qué hacer
Cuando son niñ@s. Ten bien presente que fuisteis tú y tu pareja quienes decidisteis ser padres de nuevo. El hermano mayor no sabía nada de lo que le venía. Ahora, ¿qué hacer para parar o, mejor aún, impedir conflictos?
- Observar: No solo cuando ha estallado la batalla, en el día a día. Observar cómo interactúan normalmente, en qué puntos uno salta, cómo se chinchan, quién asume el rol de víctima, cómo suelen comenzar las peleas, etc. No te quedes con la imagen del pequeño llorando y el mayor con actitud agresiva sino obtén una fotografía completa de los hechos.
- Intervención objetiva: Aparca los prejuicios y los antecedentes. Están discutiendo y no has visto qué ha pasado. Cuando irrumpas el objetivo será parar la situación. Primero pararla. Punto. Después, ya habrá tiempo de buscar culpables y de poner consecuencias si es necesario. No corras y hagas todo a la vez.
- Mantén la calma: Los jugadores se alteran porque se juegan ganar o perder, pero el árbitro no necesita enfadarse. Solo está ahí para que haya paz y se cumplan las reglas. Tú igual. Desde tu calma es más fácil contagiar calma, desde tu estrés, es más fácil que la discusión también vaya contigo.
- Bajar las revoluciones: Ayúdales a calmarse a ellos. No pases al siguiente movimiento cuando todavía están muy alterados porque eso les impedirá razonar y ser mínimamente objetivos.
- Versión contraria: En lugar de hacerte con el papel protagonista en la escena, deja que aprendan a resolverlo y analizarlo ellos. Pídeles a los dos que cuenten la historia como si fuesen su hermano y que expliquen cómo creen que su hermano se sentía.
- Sus propias consecuencias: Una vez han contado la historia como si fuesen el otro, que decidan qué correspondería hacer.
- Abrazo: Cuando estén preparados. Si les obligas a darse un abrazo, pero aún están hirviendo por dentro, ese abrazo puede generar mayor frustración. El abrazo es bueno cuando se siente de verdad.
- Perdón: Primero, la palabra perdón sin sentirse realmente y cargada de resentimiento no vale para nada. Por eso es imprescindible buscar la calma primero. Por otro lado, el perdón tiene 2 objetivos, pero hemos olvidado uno de ellos, el que puede ser más importante. No solo se trata de mostrar arrepentimiento ante la otra persona y pedirle perdón. Se trata de darlo. Cuando alguien te hace daño y le perdonas en tu interior, se lo digas o no, destruyes el resentimiento, superas la situación y te sientes mejor tú independientemente de si la otra persona te pidió perdón o no.